17 jun 2007

El temor a amar

Inexplicablemente hoy tiene la determinación de compartir lo agradecido que se siente con aquella hermosa joven cuya generosa donación fue reconocida más que otra en su adorado cofre.
Así, él entonces aclaró -¿para qué crear monedas de oro falsas si puedo poseer las de mejor calidad? ¿qué caso tendría imaginar monedas de valiosas y sin embargo falsas experiencias si ella me ofrece los mejores recuerdos? Pues a pesar de que su alma pura me de la espalda, a pesar de que sus rojos y carnosos labios huyan de mi, y a pesar de que ya no me permita gozar de observarla mientras camina hacia mí, siempre la sentiré mía.
No olvidaré los profundos abrazos con los que me sedaba. Nunca borraré su mirada al alba. No enterraré la sonrisa que en silencio me gritaba que la besara. Jamás en la vida ocultaré los intensos sentimientos que me guardaban pues aquéllos no deben subsistir en la pobreza de la oscuridad, no tienen por qué sufrir un daño lento pero letal, que inicia por amenazarte la libertad y termina por destrozarte el corazón. Y aunque no sea de varones, y juzguen lo que juzguen, no silenciaré más mis lágrimas, lágrimas que simbolizarán el amor que algún día profesé con tanta pasión como miedo y cuidado, y que hasta este día hiere tanto como la primera vez que la besé a hurtadillas de todo curioso que tuviera la intención de separarme de su corazón.
La custodio en un hermoso pedestal dentro del glorioso cielo a pesar de que sé que lo único que merece es el inevitable infierno.
Pero tú lector, no la culpes, ella no es mala y jamás le conocí alguna intención semejante. Pues cuando le refiero merecedora del infierno es debido a que le hago acreedora del peor pecado que un amante puede cometer, el temor a amar.



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